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Disparen contra los empresarios       

Dr. ORLANDO NAVARRO – Periodista

A esta altura, resulta inocultable que ciertas manifestaciones públicas del denominado “arco político”, retrotraen a los discursos muy en boga en los años 70´.

Años de juventud, cuando miraba de reojo la actividad y audacia de varios de mis compañeros y amigos, comprometidos, a su manera, en la titánica tarea de “cambiar el mundo”.

Anhelos tan propios de la edad. La revolución cubana, de 1959, despertó en la mayoría de los jóvenes sentimientos de simpatía y admiración, porque encarnaba un aspecto de las viejas luchas  contra el imperialismo, por lo tanto del capitalismo, o sea del gran poder del dinero concentrado. Una nueva forma de esclavitud.

A eso se le llamó ”cambiar el mundo”. Admiré la valentía de esos congéneres, dispuestos a dar la vida por revertir esa situación.

Pero no me sumé. Por mucho tiempo me desconcertaba la idea de que probablemente me estaba equivocando.

Por cierto,  miraba con recelo todo lo que rodeara al capital, como causante de la desigualdad que imperaba en el mundo.

Pero eso de dar la vida, o de matar eventualmente, no estaba en mis esquemas. Entonces pasaron cosas. Los muchachos, enrolados en un movimiento heterogéneo y complejo, debieron pasar a la clandestinidad después de ser echados de la Plaza de Mayo.

Vino la dictadura y siguió la noche oscura de los años “de plomo”, Eso fueron,  simplificando mucho, los 70.

También en esa época, estrenando mi profesión, comencé a mezclarme con el mundo de los empresarios.

Trabajé en la empresa de los hermanos Walter y Wenceslao Porres, que a fuerza de verlos madrugar, trabajar incansablemente desde muy temprano hasta altas horas del día, me fueron cambiando aquella visión de los empresarios que maduré en la adolescencia.

Estos hombres daban trabajo a más de 600 empleados de la construcción, reinvertían sus ganancias en nuevos equipos, en adquirir tecnología, en comprar terrenos para futuros barrios.

Por ahí, cuando se le atrasaban en el pago de los certificados de obra, no podían pagar los sueldos a tiempo y sufrían el paro de sus empleados, quienes reclamaban lo suyo, ajenos a las peripecias financieras de su empleador.

Entonces los vi padecer, tomar préstamos para pagar, arriesgando su patrimonio ante la eventualidad de no poder cumplir, si acaso no le cumplían.

Y ahí, estando cerca de ellos, viví en carne propia eso que, tal vez, no advierten quienes despotrican contra el empresariado. Arriesgaban todo lo que tenían, desde el momento de levantar las persianas de su negocio.

De su buen manejo, eficiencia y sana administración, dependía no solo la suerte de sus empresas, de su familia, sino también las de las otras 600 familias, prácticamente a su cargo.

Por lo tanto, vi lo que otros no ven, que incluso comprobé con quienes trabajé después. Que estos hombres, como dijo el ex presidente Mujica, de Uruguay,  “son necesarios para la sociedad”.

A esta reflexión habrá llegado una vez que, despojado de sus ropas de revolucionario y, ya de grande arribado a la presidencia de su país, hubo de saber que los recursos genuinos para afrontar su plan de gobierno, provenían inexorablemente, del sector privado.

“¿Cómo iba entonces a darles batalla?”, dijo. Comprobó que aquello de combatir al capital, era un error. Es muy fácil, y seductor, prometer grandes logros sin sacrificios (populismo).

Que es como construir una casa sobre arena, sometida a los vaivenes de cualquier tormenta. Es más complicado decir la verdad y de prepararse para la austeridad, para vivir solo de los ingresos y de los recursos que genere un aumento de la producción, o sea del PBI.

Sin contraer deuda externa o interna, sin emisión de dinero espurio. Nos enseñaron que los factores de la producción son tierra, trabajo y capital y hubieron de pasar décadas para que se reconociera el cuarto factor, el empresario.

Pues aquellos otros tres factores no serían nada sin la existencia de una idea, del riesgo a ganar o perder, el talento, la eficacia en la asignación de los recursos, que son los aportes básicos del cuarto factor.

Éste, antes de ejecutar, debe medir, calcular, explorar el mercado de sus posibles consumidores, es decir debe planificar con cuidado, para amortizar sus costos y generar una diferencia que tiene un nombre réprobo, odiado, con muy mala prensa, el  lucro.

El cual, desde el vamos, es expoliado por un socio que se lleva más del cincuenta por ciento, que es el estado.

Aparte de ganarse, cuando no, el rechazo  de quienes lo demonizan y le cuelgan el rotulo poco menos que de ser una reencarnación del maligno.

Paradojalmente, quienes idean más y nuevos impuestos, crean multitud de trabas burocráticas, ponen cepos y demás, son, en su mayoría, seres que nunca se encontraron con la obligación de pagar un sueldo, de correr riesgos o de crear fuentes genuinas de trabajo.

Son sabios en eso de distribuir riqueza, pero no conocen cómo se la genera. Por eso, a esta altura, desconocer esto, es volver a las anacrónicas luchas ideológicas de los 70´.

Por supuesto, habrá empresarios que denigran esa condición, no cumpliendo con las leyes, o viviendo a costillas del estado, de sus prebendas y subsidios. Pero no son todos.

La gran mayoría, al mismo tiempo que esto escribo, deben estar rebanándose los sesos para ver cómo le dan forma a sus proyectos, cómo ser competitivos, cómo generar recursos para cumplir con sus obligaciones salariales, impositivas, cubrir los costos de producción y, a la vez, sobrevivir él y su familia.

De eso se trata ser empresario. Si son esos seres que, al decir de ciertos comunicadores sociales, “se pavonean en sus lujosas 4×4 por la Panamericana”, despertando el resentimiento hacia ellos, les sugeriría que prueben calzarse sus ropas y hagan el intento de tener su propio emprendimiento.

Seguramente, sin son honestos en reconocerlo, van a sufrir el mismo proceso de transformación que me tocó vivir, como el de aquel vehemente tupamaro de antaño que fuera don José Mujica.

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