Desde la semana pasada, la estanflación se instaló como la palabra de moda en las conversaciones económicas y políticas de Argentina. Después de las declaraciones del presidente electo Javier Milei, anunciando un período de estanflación para el país, la palabra recorrió todos los medios y acaparó todas las conversaciones.
¿Qué es la estanflación? El término es una combinación entre «estancamiento» o «recesión» con «inflación». Es decir, es una situación en la que conviven simultáneamente una actividad económica estancada o en caída, con niveles muy altos de inflación. Desde el punto de vista de la política económica y monetaria, representa un enorme problema, porque las soluciones para ambos diagnósticos suelen ser antagónicas, al menos en el corto plazo. Es decir, si para bajar la inflación se busca una estabilización de la oferta monetaria, a fuerza de un ajuste fiscal, esto implicará forzosamente que el estado tenga menos margen para sostener a aquellos cuyos salarios pierdan más poder adquisitivo.
Al mismo tiempo, en una economía recesiva las tasas de desempleo aumentan, y por lo tanto hay más personas que necesitan de esa transferencia estatal. De esta manera, la estanflación puede conducir a una espiral inflacionaria, o a una crisis social por la falta de acceso a bienes básicos.
Aunque el término haya sido trending topic en la ultima semana, la estanflación no es un fenómeno novedoso para Argentina. De hecho, de los últimos 11 años, 7 tuvieron estas características. Es decir, los argentinos sabemos convivir con situaciones de estanflación. Pero no sin sus costos sociales, económicos y políticos.
¿Qué pasó con el consumo?
De las ultimas 7 estanflaciones, 5 de ellas registraron caídas, según datos de Scentia. Esto es lógico: Los salarios reales caen, el desempleo crece, y las personas entran en un «modo crisis» que las lleva a retraer su consumo. Sin embargo, las estanflaciones posteriores a la pandemia parecieran haber generado un quiebre en las lógicas que conocíamos. Tanto 2020 como 2023 fueron años de estanflación, pero con un consumo casi estable y en crecimiento respectivamente.
En 2020, el consumo cerraba en -0,1% en volumen respecto de 2019 (año también de estanflación, en el que el consumo había registrado un retroceso de 7,3%). En 2023, acumula un 1,8% de crecimiento hasta fines de octubre, y posiblemente cierre en alza.
¿Por qué las estanflaciones posteriores a la pandemia fueron en contra de lo que la lógica podría sugerir? Esta pregunta está todavía muy sujeta a debate. Pero hay algunos puntos que permiten esbozar algunas aproximaciones.
En primer lugar, hay que prestar atención a la dinámica del ahorro. En 2020, la propensión marginal al gasto (cuántos pesos de cada 100 que entran a un hogar, se destinan al gasto) se ubicaba en torno al 70%, un número 15 puntos inferior al de 2019. Es decir, en 2020, un 70% de los ingresos promedio se destinaban al gasto, y un 30% se ahorraban. ¿Por qué? Aunque muchos hogares tuvieron su ingreso comprometido durante la pandemia, aquellos que siguieron percibiendo su ingreso, pero recortaron todos los gastos vinculados a la vida fuera del hogar, empujaron una dinámica de mayor ahorro en la media del país.
Ese número fue creciendo los últimos años, y hoy, en 2023, se ubica en torno al 96%. Es decir, hoy de cada 100 pesos que ingresan a un hogar promedio, 96 se destinan al gasto. En este sentido, el ahorro de los hogares pareciera haber funcionado como un efecto «colchón» sobre las dinámicas del consumo.
El consumo como hecho social
Por otra parte, hay que considerar que el consumo es, además de un hecho económico, un hecho social. Para que el consumo suceda, tienen que existir personas que puedan consumir (es decir que puedan pagar lo que consumen, esa es la parte económica), pero además personas que quieran consumir. Dicho de otra manera, tiene que existir una propensión, un deseo de consumir.
Ese deseo sigue exacerbado desde la pandemia, y combinado con la situación de crisis de Argentina, está en niveles muy altos. Cada peso incremental que ingresa a un hogar, se destina inmediatamente al consumo. Porque los pesos queman en la mano, porque consumir es un efecto placebo para evadirse de la realidad, porque el hedonismo y el disfrute inmediato fueron consecuencias muy visibles (en Argentina y en el mundo) de los tiempos de encierro en la pandemia.
Las causas son múltiples, pero el efecto es claro: La gente quiere consumir, el deseo es cada vez más evidente.
Sin embargo, los bolsillos no son tan flexibles como nos gustaría. Eventualmente, el eje económico que gobierna al consumo choca con el eje social. Eventualmente, la restricción y el ajuste le ganan al deseo, y en ese momento, los argentinos (aunque lo deseen) deberán restringir su consumo. El futuro presidente ya se pronunció al respecto de este punto, anunciando que «la única billetera que estará abierta será la de capital humano, para dar contención a los caídos». La gran pregunta es si esa billetera será lo suficientemente grande, como para reemplazar el efecto colchón que hasta ahora han tenido los ahorros.