Negocio vs. Ocio

Por Gian Paolo Bonomí – Italia
El ‘berlusconcillo’ y ministro del Interior Salvini comete el sacrilegio de utilizar la playa, el lugar por excelencia del ocio, para hacer negocio, en su caso político, vendiendo, en bañador y cangrejeras y micrófono en mano, por el sur de la península, las bondades de su programa y la necesidad de convocar elecciones.
En nuestra civilización europea tenemos asumido que dedicamos un mes al año al ocio y los restantes once al negocio, el “nec otium” o sea el no ocio. Si en la cultura grecorromana el “nec otium” tenía connotaciones negativas: tener que realizar una actividad no placentera para sobrevivir, en nuestra forma de vida actual, claramente influida por el protestantismo, ocurre al revés, es el ocio el que no goza de buena fama.
Veamos el ejemplo de la política en la que los que ocupan los niveles más altos se van como mucho un par de semanas de vacaciones y enseguida se acusan unos a otros de no estar en su puesto de trabajo.
Para resolver ese problema no nos queda más remedio que acudir a Italia, donde la contradicción más evidente se convierte en una situación aparentemente normal sin solución de continuidad.
Expresiones que aquí tendrían connotaciones negativas, chaquetero pongamos por caso, se convierte en “voltagabana” que quiere decir lo mismo, pero que en Italia identifica a varias docenas de diputados que en cada legislatura cambian de partido, alguno hasta en seis ocasiones, sin que ello sea obstáculo para ser de nuevo candidato por el partido que sea y regresar a la Cámara.
Otra expresión maravillosa que describe la relación entre contribuyente y Administración es la del “acompagnatore fiscale”, la persona encargada de acompañar al cliente que acaba de comer en el restaurante que le contrata, hasta los trescientos metros del local, límite que marca la ley, con la factura, por si aparece un inspector, para luego regresar y repetir la operación con la misma factura y nuevo cliente. Pero este verano han superado todos los límites anteriores.
El ‘berlusconcillo’ y ministro del Interior Salvini se ha dedicado durante la última semana de julio y la primera de agosto al ‘beach working’, según expresión propia, es decir, a cometer el sacrilegio de utilizar la playa, el lugar por excelencia del ocio, para hacer negocio, en su caso político, vendiendo, en bañador y cangrejeras y micrófono en mano, por el sur de la península, las bondades de su programa y la necesidad de convocar elecciones tras la moción de censura que presentaría al Gobierno del que es vicepresidente.
Uno todavía se acuerda de que en los años ochenta el primer ministro Aldo Moro iba a la playa en traje y corbata y se instalaba debajo de una sombrilla para leer el periódico. Por supuesto nadie le vio nunca en bañador y no digamos Giulio Andreotti, al que nadie pudo fotografiar sin gafas.
Los admirados Fellini y Visconti nos enseñaron el distinto uso que hacían de las playas las diferentes clases sociales según la vestimenta, que iba de traje de lino blanco con “canotier” a bañador con tirantes. Cuando creíamos que el deseo de Cavour de “hacer italianos” se había cumplido nos encontramos con que a lo mejor se le fue la mano.