Sortear la pobreza energética


Dr. Mario Luna
Con cada imponderable de crisis que sufre el país, muchos hogares en las tierras del General San Martin, pasan a formar parte de la denominada pobreza energética, que en términos de fórmula de cálculo consiste, en destinar más del 10 % de los ingresos totales al pago de la disposición de la energía mínima necesaria para cubrir las necesidades de la vida del núcleo familiar.
Un fallo de la Corte de Justicia de la Nación, del año 2016 determina que las tarifas deben ser justas, razonables y asequibles, en ocasión de pronunciarse sobre la nulidad de un tarifazo del gas en dicho tiempo. No hay mecanismos integrados macro estadísticos que midan, en secuela, cuantos hogares quedan en el umbral de la pobreza energética ante la exacerbación de los problemas de política económica.
Quizá sea una tarea muy ardua y de detalle que excede los procesos estándar de fijación de tarifas en el país, pero, vale la pena abogar en pos de proponer diseños precisos a ser utilizados en programas de monitoreo de los efectos reales que se configuran como consecuencia de cada vicisitud critica con derivación de mayor pobreza experimentada en el país.
Más allá de los marcos políticos declamatorios de metas-fines y de las determinaciones regulatorias energéticas donde se fijan los precios de los servicios públicos, hay que pensar en cómo innovar en diagramar dispositivos estatales, comunitarios y cooperativos, para verificar si el sistema de precios en el país, forja la consolidación de la exclusión, o, si en su lugar, tiende a afectar a nuevos decíles de ingresos desplazándolos hacia la pobreza energética.
Hay que tener en cuenta que a junio de 2020 el Indec informó que se registró un ingreso promedio de $28.497 y un ingreso mediano de $24.000, con lo cual percibimos que es un indicio preocupante de que la categoría del salario medio es, de seguro, afectado por la pobreza energética. A su vez también informó que el ingreso promedio per cápita de la población, más allá de si está ocupado o no, alcanzó los $19.916, mientras que la mediana del ingreso per cápita fue de $14.500. Son datos que apoyan la convicción de que se configurara y profundizara una asimetría enorme entre ingreso y costo energético, con lo cual se propagara la pobreza energética.
Si tomamos un IFE, o dos IFE, que pueden ser la realidad actual de los únicos ingresos en un hogar hoy por hoy en la Argentina, se puede colegir que a esos hogares los fustiga la pobreza energética. Si combinamos un IFE con dos AUH, también ocurriría lo mismo, es decir, es previsible que fácilmente se confirmen hogares con pobreza energética. Hay que tener en cuenta que son 9 millones de IFE que hay en el país, por lo tanto, es crítico el tema.
Un estudio de la Universidad de Corrientes indica, por ejemplo, en sus resultados se registro “un amplio aumento de la pobreza energética durante el periodo 2015 – 2016 a nivel nacional, siendo de un 0,8% a un 15,1% y una baja cobertura de la Tarifa Social sobre los hogares en esta situación, (entre el 42,2% al 66,3%, dependiendo del cumplimiento del requerimiento de titularidad del servicio energético)”. Este estudio estuvo a cargo de los investigadores Rodrigo Durán y Miguel Condorí.
Estos números y sobre todo en trance del imponderable de la pandemia 2020, prefigura el asentamiento de una realidad empeorada a este respecto, por lo que, urge que se apliquen mecanismos integrados que calculen si el derecho humano a la energía está siendo afectado y en qué medida.
Por supuesto que cualquier base que se tome para conjeturar un número derivado, supone que otros vectores se mantienen constantes, por lo tanto son relativos, pero, vale proyectarlos igual, como un ensayo de estimación, para avanzar hacia una aproximación en la caracterización del fenómeno que se pretende abordar, en este caso la denominada pobreza energética.